domingo, 4 de marzo de 2012

Un calvo, una lámpara y un destornillador

Hace aproximadamente una semana, en una inusual reunión de más de dos personas en mi humilde hogar, un calvo de dos metros decidió de manera unilateral que uno de los objetos del salón estorbaba en su ubicación original. En su empeño por hacer del salón un lugar más habitable, decidió retirarlo sin percatarse de que sobre él descansaba una humilde lámpara de sobremesa o flexo que lleva acompañándome durante más de 20 años. Para que el flexo funcione correctamente necesita corriente eléctrica. Además, por mucho que Tesla se haya empeñado en su momento, por ahora la energía eléctrica se transmite por cable (al menos en mi casa), y el cable de la lámpara en cuestión ni es infinito, ni es extensible. El avispado lector se habrá dado cuenta ya de que Newton es implacable, y que cuando faltó apoyo debajo de la lámpara, ésta se fue inevitablemente al suelo.-¡No pasó nada! ¡Está entera!- Exclamó el despistado calvo. Pero yo sabía que el filamento de la bombilla se había ido a la mierda.

Hoy me dio por recoger la lámpara y cambiarle la bombilla por otra que andaba por ahí rodando. -¡Vaya! Además de la bombilla, parece que el calvo de los cojones se cargó también la lámpara- pensé. Ni corto ni perezoso agarré un par de destornilladores de esos que cualquier inútil como yo tiene por casa para acabar de joder algo que tal vez tenga alguna esperanza de repararse.
Aquí, el aparato iluminatorio dando el callo
Al quitar los dos (dos, DOS) tornillos necesarios para llegar a su mecanismo de funcionamiento, comprobé sin ninguna sorpresa que era de lo más simple: un cable y un portalámparas, con lo que se me iluminó la bombilla (ja, ja, festival del humor) y puse otra que sabía que funcionaba correctamente. Y sin sorpresa comprobé que el problema no era de la lámpara, sino de la bombilla.

"¡Menuda puta mierda de historia!", "¡Devuélveme mis cinco minutos!", "¡Eso sí que es vivir al límite!". Éstas y otras frases son las que estaréis pensando, queridos lectores, pero la gilipollez anteriormente expuesta me llevó a una reflexión: las cosas simples y sólidas (es casi toda de metal) no se estropean, y si se estropean, repararlas es una gilipollez.

También me percaté de los restos de una pegatina que ponía su origen: Valencia. Ahora hagan la prueba y vayan a buscar un flexo económico, sólido y hecho en Valencia (o cualquier otro sitio de Hispanistán) y cuando vuelvan pregúntense por qué no hay trabajo y traten de atar cabos.