miércoles, 27 de julio de 2011

Los negrinos del África

Por desgracia a veces me toca escuchar En días como hoy, de Radio Nacional de España. Es un programa matutino de actualidad, entrevistas y variedades. El otro día hablaban brevemente por vía telefónica con un oftalmólogo participante en una iniciativa sin ánimo de lucro que montaba un dispositivo para operar de cataratas a gente de África Central. Allí no tienen nuestra suerte, y esta enfermedad ocular constituye motivo de ceguera permanente para quienes la padecen en algunas latitudes. Es, como no, una desgracia.

El oculista era desapasionado en sus respuestas. Él, junto a otros integrantes de un equipo, habían pasado una semana en un país africano operando y devolviendo la vista a unas doscientas personas. Se dice pronto. Me imagino el percal. Aterrizar, papeleo, taxis todoterrenos del año de la polka, hotel, no beber del grifo, lo típico. Llegar lo que llaman hospital y venga, en serie: diagnosticar, etiquetar, operar, curar y siguiente. Todo por la cara o más bien por los gastos, y tal vez algún sobre o vete tú a saber, en negro y nunca mejor dicho. O tal vez no, puede que sólo por amor al arte, que los hay, aunque hay gente que no sabe ni de lo que hablo.

A la puta, perdón, a la periodista que hacía las preguntas ya se le veía venir por el tono. Cada pregunta la conducía al mismo indómito sitio acaramelado que comparte naturaleza con la banda sonora de El rey león.
-¿Qué tal la comunicación con la gente?- preguntaba la puta.
-Bueno, pues se puede imaginar la dificultad de diagnosticar a través de un intérprete. El idioma era una barrera- contestaba técnico y preciso el oftalmólogo.
-Pero, ¿qué se siente al operar a esta gente?- "a estos negrinos" le faltó decir. Cortada por la falta de calentura del ojero, la periodista era incapaz de arrancarle lo que la audiencia, sin duda, pedía: la movida del akuna matata, los negros que mira que las pasan putas y siempre sonríen, el África de morirse de hambre pero cantando y saltando, la pura vida utópica de Robert Redford y su biplano tratándolos, mira tú con lo negros que son, como personas.
-Mucho cansancio y bastante frustración por la falta de tiempo.
-¿P..., pero, c..., cómo, cómo es esa gente, esa gente del África Central? -con lo jodidos que están y los neninos qué bien cantan todos al alimón, quería decir la puta. Y seguía sin encontrar esa parcela de emoción por el África, la hija de la grandísima puta.

Pues la periodista estuvo toda la entrevista así, con el tonillo que busca la lágrima fácil, con la intencionalidad de buscar la patética comparativa entre el Primer Mundo, donde no se muere por una gripe, y el Tercer Mundo, donde bebes de un mal charco -si bebes- y en un par de días te puedes desangrar por el culo a pleno sol. La muy perra no se da cuenta de que en todos los actos materiales de su vida, en cada transacción que realiza, en cada compra que realiza, en todo lo que ella consume, hay un implícito porcentaje de responsabilidad que poco a poco mantiene muerta en vida a esa gente que ella utiliza en su entrevista para tratar de arrancar un sollozo a la audiencia.

Ella y todos nosotros.

Sobre teléfonos y funcionarios

Acabo de pasar cuatro meses de calvario telefónico.

Todo empezó cuando me llegó una factura de un teléfono que no era mío. Hice las llamadas pertinentes y creyendo que el asunto estaba resuelto dejé pasar unas semanas hasta que me llegó otra factura, del mismo número, por un montante de más de 600 euros. Hice nuevas llamadas a Movistar y de nuevo creí que el asunto estaba resuelto. Era sencillo, mi nombre y mis datos aparecían en las facturas pero el número y el consumo relacionado con éste jamás fue reconocido por mí. Esta vez hice reclamaciones administrativas a través de las pertinentes Agencia de Consumo y Agencia de Protección de Datos ya que alguien, un impostor, utilizaba mis reseñas para beneficiarse gracias a la laxa o nula vigilancia y diligencia de Movistar.

Más facturas, más gastos y mis réplicas en forma de cartas, llamadas, alertas en mi banco y denuncias, incluso en la Policía Nacional. Y así durante cuatro meses sumando una supuesta deuda de más de 1200 eurazos, siempre sin feedback o reciprocidad manifiesta por parte de la compañía telefónica.

Ayer, cuatro meses después, recibí una carta de la Agencia de Consumo en la que daba por zanjado el asunto: no debo pagar de ningún modo la deuda, se reconoce la ausencia de contrato escrito o registro telefónico al uso que me vincule con el número del impostor, se establece un plazo máximo para Movistar en el que puede presentar en última instancia pruebas de voluntad por mi parte de suscribir relación alguna con ese número, y a partir de entonces toda acción a propósito de este entuerto de mano de la compañía pasa a engrosar prueba objeto de vía sancionadora administrativa contra Movistar. Aparte, la Agencia de Protección de Datos incoará proceso investigador de irregularidades en el tratamiento de mi nombre y DNI.

Claro que existen hijos de puta que viven de funcionarios como reyes al abrigo de una legislación protectora. Se aprovechan de la buena intención de la redacción de dichas leyes para tocarse los huevos todo el día, para pasar desapercibidos, para colarse en la Administración de por vida sin dar palo al agua o para estar de baja durante semanas por la gilipollez de turno. Eso lo sabemos todos. Pero no significa que no haya buenas personas trabajando en las múltiples formas de nuestro Estado y que haya secciones y departamentos que cumplen su cometido diligentemente y ofrecen al ciudadano un servicio intachable, como es el caso.

Coste directo de todo el proceso: 4 cartas certificadas, desplazamientos y aparcamientos en zona de pago. Unos 12 euros. Vete a una unión de consumidores a asociarte, a ver cuánto te cobran. La más barata que encontré me pedía 140 euros para iniciar mi proceso de defensa.