miércoles, 9 de marzo de 2011

Quien sobra eres tú, puta

El otro día mientras remoloneaba para irme a la cama sin sueño estaba haciendo zapping en ese océano de canales de alta calidad intelectual que es la televisión digital terrestre. Me paré unos minutos en uno de Telecirco, no sé exactamente cual, en el que estaban echando uno de los programas más patéticos de la televisión. Uno de esos programas en los que no te crees lo que estás viendo, que supones que los participantes son actores. El programa en cuestión creo que se llama “El juego de tu vida”. Este programa consiste en un concursante sentado frente al público y a varios de sus familiares respondiendo verdadero o falso a preguntas íntimas y cada vez más comprometidas por parte de la presentadora-carnicera a cambio de dinero. Por lo visto, en los días previos el concursante responde a unas 200 preguntas de su vida privada con un polígrafo. De éstas, el programa decide cuáles van a salir en el concurso y el concursante va ganando dinero mientras dice la verdad.

Bien, pues ayer salió una zorra indeseable. Veamos:

Pregunta: Si gobernaras ¿echarías a todos los inmigrantes?
Respuesta: Sí.
Verdadera.
Pregunta: ¿Has especulado en el pasado con venta de pisos?
Respuesta: Sí.
Verdadera.

Bueno, pues aquí tenemos el claro ejemplo de patriota. España para los españoles, eso sí, españoles a los que pueda estafar. Soy muy patriota, los inmigrantes nos quitan el trabajo, mientras yo (estaba en el paro) levanto el país comprando pisos, esperando a que suban, vendiéndolos a pardillos que pagarán mucho más por un piso más viejo y cobrando dinero en negro. Y luego, como soy tan triunfadora, voy a contarlo a un programa casposo de la tele por cuatro perras.

Luego resulta que sobra gente como el carnicero o la limpiadora que comentaba eltrozo en sus posts. A gente así la mandaba yo a Somalia a meterse kilómetros descalza bajo un sol de espanto para buscar agua contaminada para tener algo que beber mientras esquiva las milicias que antes o después acabarán mutilándola o violándola, puta zorra. A hijos de puta como estos, que hundieron el país estafando a incautos e insensatos y que encima desprecian a otros sin importar que sean honrados o no sólo por ser extranjeros, les deseo los sufrimientos más atroces que nadie pueda imaginar. A ellos y a toda su puta raza, así revienten después de años de intensos sufrimientos. Gentuza de esa calaña es la que hace este planeta en general y este país en particular un puto estercolero, es la que hace que odie en general a la humanidad y desee su rápida extinción, a ver si así sobrevive el lince ibérico, el quebrantahuesos o cualquier insecto insignificante de la jungla del sudeste asiático. Lo merecen más que el ser humano. La zorra del concurso es la que sobra en esta puta mierda de país.

jueves, 3 de marzo de 2011

Tecnócrata III: el puto facha

Hoy voy a distinguir entre el facha clásico y el facha facha.

El facha clásico puede ser aquella persona que siendo católico practica con fe las costumbres consolidadas durante el franquismo, véase un sentimiento patriótico, un orgullo por sentirse español sin creerse más español que otro, una nostalgia por una época de construcción social muy ordenada, un respeto por los estamentos militares, etc. Con este facha no me voy a meter, allá cada cual con su imaginería favorita.

Es el creído tecnócrata (y van III) el que puede ser llamado facha de verdad. Facha asqueroso hijo de la gran puta. Este facha facha es el analfabeto que se cree más español que nadie, quien llama a los ecuatorianos ecuatas, el que ve en los extranjeros una amenaza a su supuesto estatus, quien cree que se ha ganado a pulso su estatus y a menudo se trata de una persona mediocre en todos los sentidos, el necio que critica que las guarderías públicas sean ocupadas por hijos de ecuatorianos en detrimento de los hijos de españoles de casta sin siquiera tener hijos y sin darse cuenta que si tan español es -más que otros, ese es el problema- por qué no se plantea generar una abundante descendencia patria para poder siquiera hablar en consecuencia, el imbécil con el retorcido punto de vista que señala al usuario ecuatoriano de la sanidad pública como una amenaza y desearía que existiera un rasero pseudopatrio que pusiera a éstos al final de la cola, después de los españoles hijos de nacidos en España. Y si a este facha facha lo denomino tecnócrata es por que el muy gilipollas se atreve a argumentar su venenosa terquedad.

No nos confundamos. Ninguna gracia me hacen los ecuatorianos. No me gustan sus pesadas borracheras, su ocupación en bloque de espacios públicos, su forma de hablar, su mierda de música, sus gorras o sus pintas de portar navaja. No tengo amigos ecuatorianos e intuyo que nunca los tendré por, confieso, racismo natural, me pasa lo mismo con los albinos y los franceses. No lo puedo evitar y no soy chachi tolerante integrador que te quedas muerta, pero tampoco me creo mejor que nadie y procuro devolver a las personas que me tratan con respeto, sean del origen que sean, más respeto del que ellos me muestran. Sólo por ésto y a pesar de mi inevitable xenofobia basada en un irracional miedo, creo poder escribir esta catilinaria con consecuencia.

Hoy he vuelto a fijarme en uno de ellos, ya sabes, en un payoponi, en un chincheta, en un ecuata, toda esa mierda. Tras mi jornada laboral ajustada al convenio, bien vestido con calzado y cazadora de tres cifras cada uno, a las cinco y media de la tarde plantado ante el mostrador de la charcutería de un supermercado he tenido la paranoia de ser mejor ciudadano que el ecuatoriano que trabajaba al otro lado de expositor de cristal. No de ser mejor persona ni mejor español ni nada de eso, sino de haber disfrutado de mejores oportunidades, de haberlo tenido más fácil que él en la vida. El tío -lo deduzco por su edad- huyó de su país hecho una mierda para recalar en España, su mejor opción en este nuestro (de momento) primer mundo. Es carnicero, pero a esa hora la charcutera había salido a tomar el café y le tocaba a él despachar en los mostradores de carnicería y charcutería. En muchas ocasiones me lo he cruzado tempranísimo, siempre a la misma hora, por lo que deduzco que es puntual, con la misma cara de trabajador jodido y resignado que acude a una labor que no le gusta pero que le da de comer. Despachó a la chica que me precedía, me fijé que lo hizo con poca soltura pero impecable resolución, insisto, lo suyo es la carnicería, y luego me despachó a mí. Mientras lo hacía, en la carnicería se le acumularon tres clientes, así que entre loncha y loncha miraba hacia la puerta esperando ansioso el regreso de la charcutera y a los clientes con nerviosismo, con apuro. "Se te acumula el curro", pensé. Resolviendo la papeleta como mejor pudo, me sirvió los productos que le pedí y me dio un correcto saludo acompañado con sonrisa (le di sinceras gracias con todas sus letras mirándole a los ojos, no un bufido monosílabo a modo de despedida) y acudió a la carnicería a realizar su trabajo, el que se le amontonaba. Se le veía un currante, un trabajador de verdad.

Por supuesto es pura vanidad por mi parte declarar que mirando a los ojos a un ecuatoriano y dándole las gracias puedo ser mejor persona que el facha de mierda, el tecnócrata del pijo. Pero al menos leo entre líneas, observo el mundo, cribo los detalles. Y el ecuatoriano que hoy describo me parece infinitamente más español que el bobo facha facha, que echa la culpa de sus miedos a quien no la tiene y es tan tonto que no es capaz de sospechar quién o qué le induce de verdad a pensar como piensa. Hoy pude ver a un tío que madruga, que se zampa turnos larguísimos por -me consta- un sueldo mínimo, que aprieta los dientes y resuelve, que se jode y empuja pa'lante, que lleva escrito en los ojos desde hace mucho el curro duro mal pagado. Y gracias a esta visión he preferido a mi lado a mil españoles como él que uno sólo como el tecnócrata.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Había una vez





















Había una vez un circo
que alegraba siempre el corazón
lleno de color,
un mundo de ilusión,
pleno de alegría y emoción.

Había una vez un circo
que alegraba siempre el corazón
sin temer jamás
al frío o al calor,
el circo daba siempre su función.

Siempre viajar,
siempre cambiar,
pasen a ver el circo.

Otro país,
otra ciudad,
pasen a ver el circo.

Es magistral,
sensacional,
pasen a ver el circo.

Somos felices al conseguir a un niño hacer feliz.

Había una vez un circo
que alegraba siempre el corazón.