sábado, 7 de mayo de 2011

Huevazos

No, queridos telespectadores. No voy a a hablar sobre el atentado terrorista yanqui que acabó con la vida del terrorista (no es un descuido, meto terrorista dos veces seguidas en la misma frase porque me da la gana, aunque una es como adjetivo y la otra como sustantivo) más buscado del mundo cuyo cadáver tiran al mar, hacen una prueba de ADN en el tiempo récord de 12 horas vaya usted a saber donde y dicen que no van a mostrar fotos, que nos lo tenemos que creer. Que el mundo es más seguro ahora pero voy a declarar alerta máxima. No.

Tampoco voy a hablar sobre la puta basura de música que tengo que soportar taladrándome el cerebro 40 horas a la semana porque a alguien se le pone en los cojones poner su puta mierda de emisora y si no te gusta te jodes, y si protestas eres un quejas, y que no se te ocurra a ti poner lo que te salga de los huevos. Tampoco.

De lo que voy a hablar es de las dimensiones de las gónadas del aborigen hispanistaní (aborígena, aborígeno, aborígene, aborígeni, aborígenu, aborígeny. Sirva este multigénero/a/e/i/u/y de aquí en adelante). Creo que ya escribí acerca de este tema, pero no me apetece ponerme a buscar. Me da igual, es mi blog y me lo follo cuando quiero.

El tamaño testicular medio del aborígen hispano es desproporcionado, entre 10 y 100 veces el tamaño medio europeo. Los ejemplos abundan a babor y a estribor. El doblefilismo y unminutismo bloqueando uno o varios carriles de una calle en horas de intenso tráfico montando un pollo de la virgen es habitual -es solo un minuto-, tanto que las ciudades no serían lo mismo sin doblefilistas dando pol culo. Incluso el doblefilismo por no caminar los 10 o 20 metros que distan entre el hueco para aparcar más próximo y el punto de destino son más o menos habituales.

Pero en la olimpiada de la desproporción gonadal, los vencedores absolutos por goleada e invictos son los papás (papós, papís, papés, etc) y mamás (mamés, mamuts, etc) que llevan a sus tiernos retoños y futuros delincuentes al colegio / instituto en coche. Aquí los cojones son ya tan grandes que se tienen que adaptar al tamaño del coche. Así, generalmente, cuanto más grande es el coche, más huevo cabe. ¡Pobrecillos infantes! ¡Cómo van a ir andando al colegio! O peor aún ¡en transporte público! En estos casos el doblefilismo unminutista se dispara, con marañas de coches unos encima de otros.

Un caso extremo me ocurrió el otro día. En la zona donde suelo aparcar para ir a trabajar (sí, yo, defensor a ultranza del transporte público voy a trabajar últimamente en coche: me ahorro una hora diaria, así que a callar) hay un centro de enseñanza donde niños y niñas, adolescentos y adolescentas, van vestiditos todos iguales, ellos con flequillo descomunal y pantalón, ellas con pendientes de perla y faldita. Pacientemente esperé a que los pijos fueran bajando de los coches de 40 y 50.000 euros de sus mamás y observé que del que tenía justo delante se bajó una cría mientras estaba parado otro coche más adelante. Habría unos 30 metros hasta la puerta del centro. Cuando arrancó, volvió a parar justo a la puta puerta para que se bajara el niño. No conforme con esto, bajó la ventanilla y se puso a hablar con otra que estaba allí (y que curiosamente había apartado el coche dejando vía libre). Evidentemente, mi reacción fue una pitada de la virgen acompañada de unas voces que pegué dentro del coche cagándome en su puta madre sin percatarme de que tenía la ventanilla subida.

Fin de la historia. Nada más. Sólo eso. Sin conclusión. Una mera descripción. Bueno, venga, que debo ser un poco subnormal por estar incómodo conmigo mismo por ir a trabajar en coche mientras estos llevan a sus niños al cole con sus devoradores de petróleo. Vale, sí, un poco sosaina para los que estáis acostumbrados al altísimo nivel literario de este blog. Otro día más y mejor.

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