martes, 21 de diciembre de 2010

Mi

Haga el favor de reprimirse usted mismo, que nadie tenga que acudir a resignarle.
No se salte los protocolos, ni ose atacar los cimientos ideológicos de la simulación del respeto mútuo.

Y entonces sí, enmarcados y amparados en lo políticamente correcto, en la pulcritud de lo oratorio, sin alzar la voz, discutámoslo todo, que no quede un significado en pie.

Lexema a lexema, morfema a morfema, derivando cada idea al matiz, buscando hasta el infinito la separación entre blanco y blanco ciano, sin dejar la más mínima rendija al entendimiento ni la comprensión, cuestionando cada principio por los/tus/nos/vos/mis/tus subjetivos, hasta que tu significado subjetivo se convierta en el significante imperante. Ése es tu objetivo.

Es tu espacio, tan tangible y contable como los metros de tu coche, los centímetros de tu polla o los milímetros de tu pantalla plana. Siempre tuyo, siempre digno de respeto y admiración por aquellos cuyos coches, pollas y pantallas mediremos en pulgadas, para que no se confundan, que se pongan como se pongan, la tendrán siempre más pequeña.

Y disfruta, no lo dudes, disfruta de cada vómito incesante que tu boca expulse cubriéndolo todo, de cada retahíla de sonidos con forma de palabras que te permita llenar el aire, hablando siempre de todo por no hablar de algo, ya que los algos no son nadas, salvo que tu subjetivo, lo único objetivo, lo defienda hasta conseguir convertirlo en algo que nos separe. Ése es el algo que verdaderamente importa.

Cuando los interlocutores se den por vencidos, sólo entonces, clava ante todos la bandera de tu enorme polla y, henchido de orgullo,en tu espacio conquistado, proclama:

Lo que yo te diga.

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