viernes, 26 de febrero de 2010

Sin ánimo de causar daño le enchufé dos zancadillas

La sociedad está enferma cuando le haces una doble zancadilla a una vieja y ésta ni se inmuta. Qué coño enferma, muerta. Puede que el enfermo sea yo.

Me pasó hace mucho tiempo, recuerdo la anécdota como la cuento.

Vivo en sitio pequeño, casi pueblo podrían decir algunos, donde caminar por la calle no implica empujones ni melés.

Un día iba caminando en trayectoria recta por una acera ancha y poco transitada, de hecho en ese sentido caminaba solo. En éstas me aparece perpendicularmente por la derecha una vieja andando mucho más despacio que yo y gira en mi mismo sentido, de forma que nuestras trayectorias se van a encontrar si ninguno de los dos varía su ritmo o dirección. Repito que voy mucho más rápido que ella y con preferencia en obediencia a la más elemental norma vial, de forma que la paisana si insiste se me va a atravesar delante a pesar de que hay espacio para que diez personas circulen en paralelo sin tocarse. Pues ahí la tienes que entre todas las posiciones posibles se planta en mi trayectoria totalmente adrede porque la vieja me ve, vaya que si me ve, y no sólo me ve sino que opta por frenarme, por ponerse en medio en un espacio casi vacío por joderme, presumo, porque no encuentro otra explicación.

Podría haberla adelantado, podría haberla adelantado haciendo un comentario condescendiente, podría haberla adelantado poniéndole mala cara e incluso podría haberla adelantado cagándome en su puta madre. Pero en esta ocasión fui más ladino. Le hice un par de entradas por detrás a la vieja. Ojo, sin ánimo de causar daño, le enchufé dos zancadillas al tobillo controlando muchísimo para no tirar a la paisana al suelo, que tropezó con su propio paso trastabillando y recuperándose en ambas lindes.

Ya tenía preparada la respuesta a su lógica y consiguiente protesta cuando la puta vieja ni se gira, ni se queja, ni desaprueba, ni nada. Sigue con su deliberado constante ritmo ocupando mi trayectoria mientas la adelanto con cara de asombro, sin caber en mí, y abandono el área a mi primitivo ritmo pensando que acabo de cruzarme con un extraterrestre o la vieja más dura de todo el cuartel.

Y yo un cabrón, por supuesto.

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