martes, 1 de diciembre de 2009

Golpe de Estado

Estoy seguro que a todo humano de género masculino le ha pasado en algún momento, normalmente en el menos deseado. Me acaba de pasar, a las siete y media de la mañana.

Voy caminando por la calle absorto en mis asuntos o distraído, escuchando música u observando la arquitectura que me rodea, pensando en musarañas o recordando artículos de un Convenio que me toca estudiar, hacia el trabajo o en dirección a la nada, cuando mi polla, por sí sola y sin mi permiso, empieza a crecer.

Empiezo a notar cómo engorda el glande, a su bola, abultando el paquete de forma moderada. Pienso en otra cosa restando importancia al asunto y confiado de que sea un simple acto reflejo breve. Y sí, es reflejo pero no breve. El cirio sigue aumentando su longitud; ahora ya noto el diámetro y a nada que le dé un mínimo toque al músculo que todos conocemos, la puta polla se va a desbocar y pedir absoluto protagonismo. Trato de no dar ese toque pero joder, a medio empalmar, ¿quién no se lo da? Y voy –listo de mí- y se lo doy, y mi acto absolutamente irresponsable y gilipolla llena de sangre las cavidades ciriales y por supuesto le da alas a la hija de puta pirula, que ahora ya molesta y lo peor es que empieza a notarse el bulto en el pantalón. ¿Qué hago? ¿Miro, no miro? Opto por la que es sin duda la peor opción: vía bolsillo del pantalón trato de colocar el rabo con la mano, pero ¡ay, amigo!; en cuanto la toco la muy perra da un golpe de estado en mi sistema circulatorio y crece otro centímetro cuadrado de golpe. Adopto una postura erguida, distraída y camino marcialmente haciendo caso omiso de mi amiga pero ahora a su excelencia mi cipote le da por crecer pernera abajo con la mala suerte –yo que no estoy operado de fimosis- de que mi prepucio encuentra tope entre la tela del pantalón y mi muslo, liberando el glande –la faba, pa entendidos- en lo que ya se puede llamar en toda regla paja.

Y ahí, todo torero con la polla tiesa, camino medio cojo tratando ya de pensar en hielo, reportajes de peces –porque si pienso en reportajes de mamíferos igual me asalta la imagen de alguna gacela y puede ser peor-, en Batman, en perros cagando o en la puta que parió a mi subconsciente porque a mí que me registren: esto no es cosa mía.

Desconozco si es por el roce con la bragueta, por la forma del tiro del pantalón, por el compás determinado de los muslos –propios- al caminar, porque Saturno es muy visible en esta época del año o tal vez porque Fortuna ha decidido tocarme con su puta suerte y sacar al mercado un paquete de veintidós cigarros.

El caso es que no tengo ni idea de por qué pasa. Pero pasa.

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