martes, 30 de mayo de 2006

Las cajas de los muebles

Estos días estoy cambiando de domicilio, lo que queramos o no significa gastar una pasta en todo tipo de muebles y demás accesorios para el hogar. Cuando sucede un acontecimiento como este, aunque no quieras siempre acabas renovando un montón de cosas: “Joder, esta silla está hecha una puta mierda”; “¡Ostia! ¿qué hace esto en este armario?”; “¡Cuidado con eso, cuidado con eso!”; “¡Joder, te dije que tuvieras cuidado! Hala, tíralo al contenedor, qué le vamos a hacer...”.

Bien, estos y otros sucesos instan a uno a comprar cosillas, y como somos proletarios sucumbimos a los atractivos precios de las multinacionales, es decir, vamos corriendo como locos a Ikea. Te vas dando un paseo por todas las instalaciones, cosa obligatoria, ya que no puedes ir directamente a la sección que te interesa, y vas tomando nota de precios y modelos para recogerlos directamente en el almacén. A medida que vas caminando, intentando leer en sueco y tirando de calculadora (la de güindous no, que sería muy friki) hasta que echa humo, vas viendo fotos y nombres de los diseñadores que idean esos muebles de dudosa calidad que te vas a llevar a casa haciendo auténticos malabarismos para meterlos en el coche. Curiosamente no ves fotos ni nombres de los operarios de las diferentes fábricas alrededor del mundo de mano de obra barata que construyen estos muebles como me hizo observar un buen amigo mío: es normal, nadie se acuerda de los currelas, a pesar de que sin ellos no existiría absolutamente nada de lo que consumimos, sólo con ingenieros y diseñadores no se hacen las cosas.


Bien, pero lo más fascinante de estos sitios no son los muebles, ni sus precios. Son los embalajes. Resulta increíble ver una mesa del copón en una caja de 4 cm de espesor. Y lo mejor viene cuando llegas a casa. Sueltas tu maravilloso mueble en el suelo y te dispones a abrir el embalaje, con ciertas dudas de que realmente esté ahí la flamante mesa que has visto en la tienda. No sin ciertas dificultades, abres el cartón con un cuter y sumo cuidado de no rayar la “madera”. Cuando por fin logras abrirlo, una divina iluminación cubre tu rostro observando la maravillosa forma de colocar todas las piezas en esa caja de “reducidas” dimensiones, en la que todo está perfectamente estudiado para que ocupe el mínimo espacio posible y que no sobre nada. Y en caso de que sobre, te lo rellenan con recortes sobrantes para que el contenido de la caja no se mueva ni un milímetro durante el transporte, además de incluir el magnífico folleto que hace que ese montón de tablas aparentemente iguales cobre sentido tornillo tras tornillo. ¿Qué mente maravillosa se esconde detrás de esa fascinante obra de la ingeiería? ¿Cuál es el proceso para ingeniar la forma menos voluminosa de encajar todas las piezas en esa caja? ¿Por qué no aparecen esos genios en las paredes de la tienda junto con el diseñador? Algo como “Mueble diseñado por Olaf Thömässön y embalaje ingeniado por Arf Söbreppëssön”. O que al menos salga en las cajas en grande: “Embalaje creado por Erïkä Ströpäjössön” y sus páginas web con vídeos del cómo se hizo (o making of, que queda más cool).


Desde aquí solicito a los responsables de Ikea y demás macrotiendas del “móntatelo tú mismo” publiquen entrevistas de los creadores de los embalajes en sus catálogos y páginas web.